Cultura Traca

martes, agosto 15, 2006

CULTURA VALENCIANA TRACA

Cultura valenciana TRACA.
Opinión que se tiene de So Andrés Castellano, tomada de su libro "Requiescat in pace. Por la natural cultura valenciana":

"Es uno de esos personajes igual a los monstruos prehistóricos ya desaparecidos que de vez en cuando se recupera. No tiene prejuicio ni vergüenza que le sonroje, ni nada que se le imponga: sólo la meta de ser él y transmitir lo que ve. Su investigación no tiene límites, pues nunca se cansa. Su tenacidad es más la del mulo que la del hombre de biblioteca. El tiempo dirá si tiene otro que se le parezca, cosa muy difícil, pues lo que ve y hace será raro que otro lo haga. En valenciano natural, es valenciano de otro tiempo, aunque haya nacido en éste para recordarnos a todos lo que no somos y en fantasiosa y estúpida senilidad decimos ser. Cuando se le conoce a fondo, se ven muchas cosas del alma valenciana que por desgracia hace tiempo que desaparecieron. Si su madre lo hizo así, bendita madre la suya".

Prólogo del libroHistorias de la Traca” de So Andrés Castellano


"El libro que tienes entre tus manos aparece como un compendio de sentimientos y enseñanzas, que constituyen un auténtico crisol de tradición, donde ciencia y magia se funden para mostrar los bellos frutos del conocimiento; cuando éste se desarrolla desde los más puros cánones emanados del respeto ancestral y la honestidad metodológica. A través de sus páginas podrás captar diferentes mensajes relativos a varios ámbitos del saber, que el autor ha sabido exponer con acierto tras una paciente labor de observación, discernimiento e interpretación, por otra parte común a todos los que le iniciaron en el camino sencillo, nacido –como el propio autor indica–, de un hombre del pueblo que escribe para el pueblo, y además lo hace desde la emotividad que alberga en lo más profundo de su corazón.

Cuando se me propuso la confección del prologo para esta edición, me pregunté si mis lazos afectivos con la tierra valenciana eran lo suficientemente sólidos como para hacerme acreedor a figurar en las primeras páginas de la obra y, de inmediato, pensé que existían dos vínculos de capital importancia para aceptar la propuesta. El primero de ellos era la exaltación de las tradiciones propias de un territorio perteneciente a la corona de España, relacionado además íntimamente con las Ordenes Militares y por lo tanto doblemente querido, teniendo el segundo, como protagonista, al elemento que da cohesión a toda la obra; el fuego.

Para un caballero perteneciente a una Orden Militar de probada longevidad, el fuego representa un elemento indisolublemente unido a su persona y que marca, de manera especialmente emotiva, tres momentos fundamentales de su vida. Está presente, como mudo testigo, durante la vela de armas previa a solemne ceremonia de investidura; preside todas las celebraciones religiosas y capitulares de la institución, y alcanzará protagonismo relevante durante las exequias por el alma del caballero fallecido.

En las comunidades cristianas, el fuego nuevo es símbolo de la divinidad y del amor divino, llegando a alcanzar una sacralización similar a la del ancestral fuego sagrado por antonomasia, es decir, el de los templos paganos. El fuego se ha convertido así, en figura del Espíritu Santo y del mismo Jesucristo; que vino al mundo para inflamar el corazón de los hombres en el amor divino. En los primeros siglos del cristianismo, cuando las celebraciones litúrgicas alcanzaban su máximo esplendor en la noche del Sábado Santo, la ceremonia de encender el fuego nuevo, por medio de un pedernal, para ser transmitido a las brasas del incensario y posteriormente a las velas llamadas Marías, Cirio Pascual y lámparas del templo, se convertía en la representación de Jesucristo que, muerto días antes, resucitaba aquella noche para iluminar los corazones cristianos; Constituyendo además una especie de ceremonia de abjuración del culto que tributaron los paganos a Vulcano, Vesta y otras divinidades. Este fuego nuevo de origen jerosolimitano, se extendería posteriormente a toda la cristiandad, especialmente en el seno de las comunidades orientales.

Desde el siglo VI, tenemos noticia de la herencia druida manifestada, tradicionalmente en Irlanda, donde este fuego nuevo se regeneraba en hogueras preparadas al aire libre, que encendían en la Vigilia de Resurrección por medio de ocho cristales de aumento colocados estratégicamente y donde el “padre Sol” tomaba parte activa en la ceremonia. Este ritual llegó a integrarse en la liturgia cristiana, traduciendosé en una bendición especial incluida en el llamado rito celta. En la Península tenemos un ejemplo más cercano, en el genuinamente español rito mozárabe, donde los asistentes a la celebración del Sábado Santo podían presenciar una celebración de similares características.

La tradición del fuego cobra especial significación durante el Día de la Purificación, con la bendición de las candelas; la tradicional Noche de San Juan, donde las hogueras iluminan la noche en todos los rincones del solar patrio y la noche previa al día de Difuntos, acompañando a las almas de los que han dejado este mundo. Pero cuando adquiere una dimensión absolutamente relevante, es el Día de Pentecostés –quincuagésimo después de Pascua de Resurrección–, cuando la Iglesia rememora la bajada del espíritu, en forma de lenguas de fuego, sobre el Sagrado Colegio Apostólico.

Ni que decir el importante papel que ha jugado el fuego en la historia de la filosofía y la poderosa influencia del mismo en la vida ciudadana de la antigüedad, convirtiéndose en elemento imprescindible para templos, tribunales, casas comunales e incluso viviendas particulares. Su presencia cobra asimismo nuevas dimensiones en los famosos juicios de Dios, típicamente medievales, y en las costumbres mercantilistas de la misma época histórica; cuando se procedía al arrendamiento de bienes en pública subasta, mientras duraba la llama en el cabo de una vela encendida a tal efecto. No podemos dejar de mencionar la practica de atravesar el fuego por los iniciados de otras religiones, que pasaban descalzos sobre las brasas –habito adoptado en algunas localidades españolas–, o lo más común en nuestra nación, de saltar las hogueras encendidas durante la mencionada noche de San Juan; como reminiscencia de costumbres más longevas.

Pero en tierras valencianas la tradición se vive de manera más perfecta y el fuego se convierte en arte. Arte en la tradición, arte en la creación y arte en la interpretación, que convierte al elemento ígneo en comunión de personas, expresión de sentimientos y materialización de un legendario idealismo gremial.

Por otro lado las Ordenes militares se encuentran íntimamente unidas a la Comunidad Valenciana ya que en estas benditas tierras se asentaron importantes encomiendas de diferentes corporaciones, entre las que debemos destacar las pertenecientes al Temple de Jerusalén; San Juan de Jerusalén (más conocida como Malta) y las genuinamente españolas de la Merced y de Montesa, siendo precisamente esta última la que dio nombre a una comarca situada en territorios de la zona norte de Castellón y sur de Teruel, conocida como Maestrazgo. Nombres como Albocacer, San Mateo, Vinaroz, Morella, Benicarló y Alcalá de Chivert, quedaron unidos para siempre a la vida de estos santos institutos armados que, con mayor o menor acierto, se vieron involucrados en la, siempre apasionante, historia de la región valenciana.

Morella, que permaneció fiel al Emperador durante el movimiento de las Germanías y tuvo su propio Lignum Crucis (donado por Jaime II) en la Iglesia de Santa María, vio como las campanas situadas en la torre antigua de ese mismo templo, eran fundidas con el bronce de los cañones tomados a los agermanats en la capital valenciana y fue también en esta iglesia donde, en Julio de 1.414, el Papa Benedicto XIII se reunió con Alfonso I para poner fin al llamado Cisma de Occidente por medio de una solemne celebración eucarística llevada a efecto el día de la Asunción de Nuestra Señora.

San Mateo, posiblemente la Jutibilis del itinerario de Antonio Augusto, acaso la Siguerra, de Ptolomeo o quizá la Ilactes, de Festo Avieno; campo de matas, jarales y acebuches, fue encomienda notable de la Orden de San Juan, hasta 1.317, pasando posteriormente a la de Montesa, que edificó un Palacio Maestral fortificado cerca del convento de Dominicos (fundado en 1.360 y destruido en 1.835) y del cual quedan vestigios en el campo y extramuros. Ciudad a la que Jaime I otorgó privilegio de feria y mercado, que celebró Cortes Generales del Reino en 1.370, 1.421, 1.429, y 1495 y que sfrió lo indecible durante las Germanías; padeciendo asesinatos, incendios y saqueos sin cuento, costo a los franceses importante numero de bajas, durante la Guerra de la Independencia, hasta que cayó en sus manos en 1.810. y Alcalá de Chivert, cuya fortaleza fue tomada por el Maestre de los Templarios y cedida a la Orden por Jaime I, ¡qué no podríamos relatar acerca de estas tierras profundamente incardinadas en la historia de las ordenes!

El tiempo ha borrado muchas huellas y solamente los corazones nobles, donde afloran sentimientos de amor a la tradición y que cultivan un profundo respeto al pasado, son capaces de asumir, primero y transmitir, después, los valores que caracterizan a todo un pueblo y que han de servir como ejemplo a los incrédulos y como espejo a generaciones futuras. Por eso, So Andrés Castellano Martí, alma noble valenciana donde las haya, nos ofrece esta magnifica obra, que él califica como modesta, donde los interesados en el origen y evolución del rito del fuego, podrán comprender muchas cosas que quizá desconocen.

Algunos pueden calificar el libro herético por violar la tradición oral y otros por encontrar en el texto algún relato no demasiado conforme con la ortodoxia católica. A los primeros les diré que precisamente la transmisión oral constituyó la base de la evangelización hasta la tardía aparición de los textos escritos, que dieron forma y aplicaron pautas de conducta adaptados a las enseñanzas de Cristo; a los segundos, que no hagan una mala interpretación de una leyenda popular que es recogida por el autor como parte de las bases relativas a la formación en el campo que nos expone. So Andrés Castellano Martí decide poner por escrito una experiencia, unas costumbres, y un ritual específico, ante el eminente peligro de extinción en los usos y costumbres tradicionales. No olvidemos que la tradición constituye la base cultural de los pueblos, tal como refleja el autor a través del texto, y que precisamente el respeto a la misma hará que progresemos en el camino espiritual y social. Hoy, cuando las necesidades básicas del ser humano aparecen cubiertas casi en su totalidad, es el momento de volver los ojos a la cultura, terreno donde las nuevas generaciones pueden rendir culto a sus antepasados, quienes con su esfuerzos, desvelos y privaciones han logrado mejorar nuestra sociedad para que los jóvenes puedan acceder a un nivel de conocimientos que antaño les estaba prácticamente vedado.

So Andrés castellano Martí rescata el método de la epistemología interior característica de las sociedades medievales, para revelarnos lo que es y lo que puede ser, a través del símbolo como expresión palpable de la realidad entera, narrando, por medio de un lenguaje claro y sencillo, lo esencial en los usos y costumbres para provecho de todos aquellos que sepan entender el mensaje que su magnánima y gallarda alma valenciana le ha dictado transmitir".

Manuel–Ángel de Lobeiras y Fernández, experto en Historia y Creencias.